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Los Nuevos haigas

 



Figura 2. Los Nuevos haigas

Fuente: Propia tomadas de la web

Ahora bien, ¿qué significado tiene el autorretrato para los usuarios digitales?, ¿qué tipo de nuevas gratificaciones produce la autoimagen? Millones de selfies se toman, publican y almacenan diariamente en plataformas como Facebook e Instagram. Pues como afirma el SISD15:

“No comparto mi vida, comparto lo que quiero que se sepa de mi vida y con una determinada narrativa, la cual no da cuenta de lo que sucede fielmente, sino que retoma los aspectos más positivos. Es decir, procuro crearme una imagen pública positiva, como creo que intuitivamente lo hacemos o intentamos hacer todos en los espacios comunes o públicos. Me parece que en general nos auto promocionamos, sólo que hay algunos que saben hacerlo mejor que otros”. (Sujeto Informante Socio digital15, Ciudad de México, México)

 

El selfie se ha convertido en la unidad semántica de la postfotografía. Los hipermedios se han vuelto extensiones de la identidad; constelaciones mediáticas del yo. La necesidad de ver y ser visto ha detonado una Economía del Panóptico; una economía basada en la representación, en el uso de la imagen para expresarse, para mimetizar, denunciar, estetizar, ubicarse en el tiempo y el espacio; comunicar éxitos y fracasos; para evidenciar el paso del tiempo.

El presente texto explora desde la Ciberetnografía, la Antropología Cultural, la Hipermediatización y la Ecología de Medios las nuevas visibilidades y su impacto en la reconfiguración del individuo. Se exploran las diferentes tipologías del selfie y las identidades hipermediales que de ello derivan.

La imagen como interfaz entre el otro mundo y el nuestro

 


La imagen, desde sus inicios, se convirtió en un velo; en una interfaz entre el otro mundo y el nuestro. La representación simbólica pretendía vincular al sujeto con los “otros”. Lo importante no era la imagen sino el gesto. Lo sagrado no era la imagen sino el intento de conexión. De ahí el carácter sagrado de la imagen (Clottes & Lewis-Williams, 2010). 

Ese poder mágico de la imagen se trasladó con los siglos a un poder evocativo, conmemorativo, de remembranza, de exaltación heroica, de devoción, de pretensión didáctica, de comprensión de sentires… de empatizar con el sentimiento y el ojo del otro.

La representación en el arte se fue puliendo hasta llegar a niveles de un virtuosismo inusitado. La pintura llegó a pretender ser un espejo del mundo. Se copiaron con tal precisión los detalles que quien contemplaba no podía dudar haber estado ahí. Tal fue el caso de Jan Van Eyck quien en el óleo El matrimonio Arnolfini, representó con científica exactitud notarial cada detalle sellándolo con su firma sobre el espejo diciendo: Johannes de eyck fui hic (Jan van Eyck estuvo presente) (Gombrich, 2002, pág. 243). La imagen y el artista con ello se convirtieron en un testigo ocular y en un registro/memoria del mundo. Esta pretensión de retratar el mundo se ve claramente en La pesca milagrosa de Konrad Witz, donde todo lo que el espectador podría contemplar, existe.

Copiar con fidelidad el mundo y hacer de cada estampa un espacio contemplativo donde pudiera apreciarse con sumo detalle, la dignidad y belleza de cada persona y lugar retratado, fue el corazón de la obra de Durero; quien en sus famosos Autorretratos, logró la ilusión de proximidad entre el que contempla y lo contemplado.

La imagen acercó lo imaginario a lo real; expandió el sentido de la vista hacia el sentido simbólico. La posesión y traslado de la imagen, tuvo con el paso de los siglos, la intensión de llevar consigo el mundo representado.

El poder de crear la imagen conlleva el poder de leerla y decodificarla. La decodificación de la representación es un descubrir por completo el mundo y los secretos que oculta.

El auto registro fragmentado



La historia del hombre, es la historia misma de su representación. La voluntad absoluta de ser, y ser reconocido a perpetuidad, quedó plasmada desde hace más de 40 mil años en aquellas pinturas rupestres de manos marcadas en las cavernas de El Castillo y Maltravieso en España y Le Portel en Francia. Esas marcas identitaria espurreadas con pigmentos eran en principio un testimonio de presencia y a su vez un amuleto.

La totalidad de la imagen, parafraseando a Roland Barthes (2015), nos dio cuenta de la totalidad de aquél ser humano y su deseo de reconocimiento. Ese primer auto registro fragmentado nos sirve de antecedente para explicar esa necesidad de reconocimiento, proyección y testimonio de la especie humana (Lewis-Williams, 2008).

El Hechicero danzante, pintura rupestre realizada en el Paleolítico Superior, al interior de la cueva de Les Trois Fréres, en Francia (hacia el 15,000 a. C.), es quizá el primer autorretrato del que tenemos registro. Esa auto representación de un chamán, dio cuenta, más que de una figura zoomórfica, del contexto sociocultural que se vivía en la época. En la figura del chamán quedaron grabados: los trances alucinatorios; los fenómenos entópticos; las danzas rituales el sistema de relaciones y creencias; las motivaciones ulteriores… la imagen se tornó en un sistema de atracción, en un deseo de materialización y posesión.