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El Potlach digital

 


En la Era Digital y de la Socialización particularmente en plataformas como Facebook, Instagram y Pinterest se han replicado los consumos y despilfarros conspicuos (Veblen, 2002). La alteración cosmética de las escenas son parte de la nueva competencia visual que busca la aprobación y el like.

Por el selfie, nos terminamos consumiendo los unos a los otros. Pasamos de consumir productos, servicios, medios y contenidos a consumir perfiles; las imágenes del otro. La rivalidad escénicas y visuales se fundamenta antropológicamente en la inseguridad, la soledad y el aburrimiento. Y éstas a su vez rearticulan la ecología mediática y las nuevas condiciones económicas.

Por tanto, ver y consumir al otro, observar sus flujos comunicativos y agencias digitales hicieron de la postfotografía el capital de valor de la Economía del Panóptico. Este nuevo modelo económico es el que da soporte a esta nueva fase del capitalismo centrado en lo tecnológico, el ocio y el entretenimiento que ya Martel  denominaba Capitalismo hip (2011).

Este potlach digital (Hidalgo Toledo, 2018) se ha convertido en un ritual cotidiano, en un dispositivo universal; en una interfaz cultural (Manovich, 2012) que ha asegurado la producción, distribución y almacenaje del nuevo capital simbólico del continente digital. Así tenemos que los hipermedios cumplen con nuevos roles y funciones que podríamos categorizar en tres:

·     Función ritual. Los hipermedios se han vuelto: Un canal de entretenimiento y compañía; un hábito y una rutina; una vía de relajación y evasión; una vía de escapa del aburrimiento, del trabajo y las obligaciones (particularmente aquellas que no son relevantes y significativas para el sujeto) y una actividad de conveniencia.

·     Función social. Los medios se tornaron en una alternativa para: la exploración de la realidad; la expresión de acciones y actitudes personales con el fin de obtener validaciones consensuales; la búsqueda de consejo; la identificación con actores sociales relevantes o inspiracionales en sus vidas; detonar temas de conversación; divertirse a distancia con los pares; la integración social y sentirse parte de una comunidad de significación; la superación de la soledad; elevar su condición personal, familiar y espiritual; situarse en perspectiva con los otros.

·     Función instrumental. Los medios en sí mismos permite a sus usuarios sentirse: que resuelven aspectos cotidianos de la vida; excitados, psico-emocionalmente; afines a temas, actitudes y situaciones que viven sus pares; implicados en los temas de actualidad; anclados a la realidad y con una visión más intersubjetiva que impuesta por los medios de comunicación; constructores de contenido; co-partícipes en la construcción de estilos de vida relevantes, significativos y cooperativos.

Acepciones del Selfie

 

¿Cómo entender al autorretrato en la era de la postfotografía? ¿Desde dónde entender el selfie? ¿Cómo decodificarlo más allá de las referencias históricas de la ontología de la imagen? Entre las múltiples categorizaciones teóricas que podemos encontrar del autorretrato digital o selfie lo podemos conceptualizar como una narrativa del Yo, propia de Internet (Murolo, 2015), en la que el sujeto se autotoma estratégicamente una fotografía para mostrarse, definirse y legitimarse ante los otros buscando con ello más de una gratificación a la vez (Hidalgo Toledo, 2018).

No obstante, revisando la literatura al respecto podemos encontrar algunas otras acepciones teóricas del selfie que responden a entenderlo como:

1.   La actitud narcisa del que vive exacerbando su propia imagen. Esta dimensión ubica a la imagen como un engaño; como un objeto seductor y de poder, vinculando la fotografía con la belleza y el control que de ésta deriva. Bajo esta premisa, la imagen opera como un estupefaciente que entumece y aletarga, que en modo enfermizo enamora de sí mismo al protagonista. La imagen como narcosis; como una obsesión proyectiva por la persona que se ve a sí misma en sus extensiones y sufre un vértigo que lo atrapa y lo autoconsume (McLuhan & Ducher, 2009).

2.   La reproductibilidad y multiplicidad del Yo para situarse en el mundo. A diferencia de la acepción de Walter Benjamín quien afirmaba que la imagen al reproducirse perdía su aura, su “aquí y ahora”. Las personas quieren dejar en la posteridad la marca, el sitio, el territorio. La imagen se vuelve constancia; registro notarial; testimonio de un evento; recorte de la realidad, testigo codificado del “comparto, luego existo”. La imagen se vuelve una forma de documentación de la vida; una forma de interrumpir la experiencia para enmarcar el momento. “Es una extensión de cómo hemos aprendido a poner en pausa la vida y nuestras conversaciones para documentarla” (Turkle, 2013).  

3.   La proyección individual y colectiva del Yo. La imagen se vuelve en una proyección/creación identitaria; en una práctica de comunicación y significación; en una estrategia de enunciación del yo en la que los individuos, manipulando el plano expresivo buscan producir efectos de sentido en la manera como quieren ser percibidos. El selfie, por tanto, se vuelve show del yo; en un espectáculo; en un proceso de producción, circulación y consumo de las significaciones de la vida misma (Moreno Barreneche, 2019).

4.   La temporización editada de la realidad. La vida presencial es editada y compartida temporalmente como una práctica social de construcción de uno mismo en los múltiples escenarios. La visibilidad de la vida, ver y ser visto, es una forma de participación social, de apropiación del discurso mediático para extender la vida social, la cotidianeidad (Morduchowicz, 2012).

5.   La hipermediatización de la acción colectiva. Las personas emulan las estrategias mediáticas de creación y posicionamiento de marca llevándola al plano individual apelando al Personal Branding. La imagen y su carácter seductor y estratégico se vuelve un encuadre, una utilería escenográfica para la colocación de un producto llamado persona. La objetivización de la persona apela a la legitimización y búsqueda de fans. El yo digital se suma a la narrativa de las celebridades y las marcas que buscan la interacción con sus audiencias como un termómetro de aceptación y validación consensual. El selfie nos vuelve a todos populares, estrellas del cielo digital. (Hidalgo Toledo, 2011).

6.   La estetización del yo y la vida cotidiana. El selfie en su propio formato y narrativa se presenta como un vehículo de armonización del mundo, como una firma estética que intenta resignificar espacios, acciones, prácticas y lugares. Visibilizar es una forma de embellecer o de dotar a los objetos y sujetos de un orden estético y a su vez axiológico. Así se crea un nuevo orden visual, nuevos estereotipos de lo “agradable”, “lo atractivo” y lo “valioso”. Encuadrar el mundo en una pantalla, es una vía de sensualización. Todo lo visible se vuelve deseable, atractivo, coleccionable, memorable, parte del mito y de la fantasía. Todo se vuelve parte de la telaraña y las estrategias de seducción y ataque del algoritmo.  (Lipovetsky, Serroy, & Prometeo Moya, 2016).

7.   La simulación metadiscursiva de la realidad. Nos encontramos ante una generación hiperconectada y conexionista, que combina el uso de medios e hipermedios para expresarse, producir, divertirse, consumir, “promoverse”, compartir su estado anímico, captar tendencias nacionales e internacionales. El espacio mediático y el digital se han vuelto espacios fundamentales para “crear presencia”; se han vuelto vitrinas del yo (Carrión, 2016). Los medios buscan convertirse en la industria de la experiencia, ahí se vive una doble historia: la de la apariencia y la simulación; y un metadiscurso: “ésta es la realidad” (Baudrillard, 1988).

 



Figura 3. Acepciones del selfie

Fuente: Elaboración propia

Los Nuevos haigas

 



Figura 2. Los Nuevos haigas

Fuente: Propia tomadas de la web

Ahora bien, ¿qué significado tiene el autorretrato para los usuarios digitales?, ¿qué tipo de nuevas gratificaciones produce la autoimagen? Millones de selfies se toman, publican y almacenan diariamente en plataformas como Facebook e Instagram. Pues como afirma el SISD15:

“No comparto mi vida, comparto lo que quiero que se sepa de mi vida y con una determinada narrativa, la cual no da cuenta de lo que sucede fielmente, sino que retoma los aspectos más positivos. Es decir, procuro crearme una imagen pública positiva, como creo que intuitivamente lo hacemos o intentamos hacer todos en los espacios comunes o públicos. Me parece que en general nos auto promocionamos, sólo que hay algunos que saben hacerlo mejor que otros”. (Sujeto Informante Socio digital15, Ciudad de México, México)

 

El selfie se ha convertido en la unidad semántica de la postfotografía. Los hipermedios se han vuelto extensiones de la identidad; constelaciones mediáticas del yo. La necesidad de ver y ser visto ha detonado una Economía del Panóptico; una economía basada en la representación, en el uso de la imagen para expresarse, para mimetizar, denunciar, estetizar, ubicarse en el tiempo y el espacio; comunicar éxitos y fracasos; para evidenciar el paso del tiempo.

El presente texto explora desde la Ciberetnografía, la Antropología Cultural, la Hipermediatización y la Ecología de Medios las nuevas visibilidades y su impacto en la reconfiguración del individuo. Se exploran las diferentes tipologías del selfie y las identidades hipermediales que de ello derivan.

El retrato




 

El retrato, más que dar cuenta de un sujeto o un paisaje, muestra la desnudez esencial (Barba, 2013), materializa lo simbólico y dota de un cuerpo semántico los imaginarios y flujos situados. Congela en toda la extensión de la palabra las motivaciones y sentimientos de la sociedad.

La fotografía, hardware y software a la vez, como en el caso de Viéitez, articuló al individuo, sus condiciones y necesidades de adscripción y pertenencia y sirvió de impronta para el impulso de prestigio en una España hambrienta de aprobación y reconocimiento social. La reproducción mecánica y democratización de la fotografía, convirtió a la imagen en una arena de competencia, un territorio de disputa de la aprobación social. Con esto, la imagen pasó de ser un medio, a un fin en sí misma. El medio, se volvió mensaje. Su materialidad evidenció la competencia por aparentar y ganar estatus, por impresionar a los demás, por ganar la admiración y el respeto. Con ella se evidenció que importaba más que la gente los admirara por la riqueza proyectada que por la riqueza misma que poseían (Harris, 2000). Detrás de cada imagen, se registró el esfuerzo por ascender.

Los Haiga

 

El retrato en el arte, se expandió con el nuevo medio de la fotografía desde sus inicios. Cada imagen se tornó en una cerradura que abría la puerta a un mundo interior fabuloso. Tal fue el caso de los haigas[1] (Martín, 2016) en la España de la posguerra civil y los retratos notariales de Virxilio Viéitez que daban cuenta del buen uso del recurso enviado por los familiares que habían triunfado en América (Sanmoran, 2017).



Figura 1. Los haigas de Virxilio Viéitez

Fuente: (Sendón & Suárez Canal, 1998)

 

En esta arqueología del retrato se pretende dar cuenta que con el paso del tiempo se construyó una narrativa del yo. La imagen sirvió desde siempre como portavoz identitario, como validador consensual de los sujetos y situaciones retratadas. Las escenas, objetos y personas documentaron al igual que las pinturas, las representaciones sociales, cosmovisiones y motivaciones de las sociedades retratadas.

La imagen, en esos autorretratos ha sido desde siempre un médium, una interfaz para mediar lo etéreo del alma humana y explicitar su densidad y dignidad (Hidalgo Toledo, 2018).



[1] Fotografías tomadas por encargo que pretendían mostrar al mundo que se tenía el mejor auto, el más grande y caro que había.