El auto registro fragmentado



La historia del hombre, es la historia misma de su representación. La voluntad absoluta de ser, y ser reconocido a perpetuidad, quedó plasmada desde hace más de 40 mil años en aquellas pinturas rupestres de manos marcadas en las cavernas de El Castillo y Maltravieso en España y Le Portel en Francia. Esas marcas identitaria espurreadas con pigmentos eran en principio un testimonio de presencia y a su vez un amuleto.

La totalidad de la imagen, parafraseando a Roland Barthes (2015), nos dio cuenta de la totalidad de aquél ser humano y su deseo de reconocimiento. Ese primer auto registro fragmentado nos sirve de antecedente para explicar esa necesidad de reconocimiento, proyección y testimonio de la especie humana (Lewis-Williams, 2008).

El Hechicero danzante, pintura rupestre realizada en el Paleolítico Superior, al interior de la cueva de Les Trois Fréres, en Francia (hacia el 15,000 a. C.), es quizá el primer autorretrato del que tenemos registro. Esa auto representación de un chamán, dio cuenta, más que de una figura zoomórfica, del contexto sociocultural que se vivía en la época. En la figura del chamán quedaron grabados: los trances alucinatorios; los fenómenos entópticos; las danzas rituales el sistema de relaciones y creencias; las motivaciones ulteriores… la imagen se tornó en un sistema de atracción, en un deseo de materialización y posesión.

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