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La pulsión escópica

 


La imagen digital sedujo al mundo y alimentó la pulsión escópica (Gubern, 2007); migró de la búsqueda de la perpetuidad del papel (del rastro almacenado, rastro memoria) a lo efímero del bit (rastro dialógico). De la materialidad a la condición angélica[1] (Fernández Collado & Hernández Sampieri, 2004), descarnada y software del sujeto/objeto representado.



Figura 5. Las motivaciones del selfie

Fuente: Elaboración propia

 

La facilidad en el manejo de los dispositivos móviles de registro gráfico instantáneo y la publicación inmediata en redes sociales detonó la abundancia y despilfarro conspicuo; generándose así más imágenes que las que se ven, publican,  generan rituales, almacenan y consumen (Foncuberta, 2017). Hoy la fotografía expandió su condición de representación, reproducción y memorabilidad a registro conceptual, espejo inmediato, seductor, narcisista, experiencial y de orden conversacional.



[1] Metáfora retomada de Mcluhan quien afirmaba que “la era electrónica angeliza al hombre, lo descarna y lo convierte en Software”

El retrato




 

El retrato, más que dar cuenta de un sujeto o un paisaje, muestra la desnudez esencial (Barba, 2013), materializa lo simbólico y dota de un cuerpo semántico los imaginarios y flujos situados. Congela en toda la extensión de la palabra las motivaciones y sentimientos de la sociedad.

La fotografía, hardware y software a la vez, como en el caso de Viéitez, articuló al individuo, sus condiciones y necesidades de adscripción y pertenencia y sirvió de impronta para el impulso de prestigio en una España hambrienta de aprobación y reconocimiento social. La reproducción mecánica y democratización de la fotografía, convirtió a la imagen en una arena de competencia, un territorio de disputa de la aprobación social. Con esto, la imagen pasó de ser un medio, a un fin en sí misma. El medio, se volvió mensaje. Su materialidad evidenció la competencia por aparentar y ganar estatus, por impresionar a los demás, por ganar la admiración y el respeto. Con ella se evidenció que importaba más que la gente los admirara por la riqueza proyectada que por la riqueza misma que poseían (Harris, 2000). Detrás de cada imagen, se registró el esfuerzo por ascender.