El retrato




 

El retrato, más que dar cuenta de un sujeto o un paisaje, muestra la desnudez esencial (Barba, 2013), materializa lo simbólico y dota de un cuerpo semántico los imaginarios y flujos situados. Congela en toda la extensión de la palabra las motivaciones y sentimientos de la sociedad.

La fotografía, hardware y software a la vez, como en el caso de Viéitez, articuló al individuo, sus condiciones y necesidades de adscripción y pertenencia y sirvió de impronta para el impulso de prestigio en una España hambrienta de aprobación y reconocimiento social. La reproducción mecánica y democratización de la fotografía, convirtió a la imagen en una arena de competencia, un territorio de disputa de la aprobación social. Con esto, la imagen pasó de ser un medio, a un fin en sí misma. El medio, se volvió mensaje. Su materialidad evidenció la competencia por aparentar y ganar estatus, por impresionar a los demás, por ganar la admiración y el respeto. Con ella se evidenció que importaba más que la gente los admirara por la riqueza proyectada que por la riqueza misma que poseían (Harris, 2000). Detrás de cada imagen, se registró el esfuerzo por ascender.

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